El actor

Le tenía un "miedo espantoso" a las tormentas y bastaba un solo trueno para angustiarle el resto del día.

En ocasiones le gustaba ponerse anillos en los dedos para pensar que una de sus manos sostenía la de una idílica "muchacha amada".

En reiteradas fechas de su diario personal expuso: "No hice nada que valiera la pena".

Pero en un baúl de madera, muchos años después de su muerte, fueron encontradas 27.543 páginas escritas y 127 personas adentro. Porque él escribía por él y también por todos: cada personaje suyo, cada heterónimo que había moldeado con cuerpo y alma, tenía su propia fecha de nacimiento, su propia contextura física, su propia tipografía y su propio estilo poético.

Se descubrió, entonces, que solía enviar cartas que luego respondía, como si fuera la primera vez que las leía, bajo el nombre de otro de sus inquilinos que habitaba en él. Incluso el ida y vuelta intercambiaba discusiones y debates. "Soy actor, pero actúo en serio", justificaba.

Aunque había un solo cuerpo para la comunidad entera. Uno solo para los 40 cigarrillos que fumaba por día, uno solo para todas las noches en las que escribía de pie más de 30 poemas de un tirón, uno solo para las 20 veces que cambió de apartamento.

"Hice de mí lo que no supe, y lo que podía hacer de mí no lo hice. Vestí un disfraz equivocado. Me conocieron enseguida como quien no era, y no lo desmentí, y me perdí. Cuando quise quitarme la máscara, la tenía pegada a la cara", confesó.

Su apellido sigue significando "persona", o sea "máscara".

El 30 de noviembre de 1935, el hombre que le reconoció a uno de sus jefes que no bebía como una esponja, "sino como un almacén de esponjas", falleció luego de sufrir un coma hepático.

Fernando Pessoa había nacido 47 años antes.

En el cuarto piso de una casa.

Justo frente a un teatro.