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Congreso General Adolescente (ellas)

Santiago Capriata

"El artista es un receptáculo de emociones procedentes de cualquier lugar: del cielo, de la tierra, de un trozo de papel, de una figura que pasa, de una telaraña".


No había terminado de leer la palabra "telaraña" cuando ellas entraron, a toda orquesta, por una de las diagonales de la plaza.


Yo estaba sentado en la porción de césped que escojo siempre con las manos petrificadas en la página 45 de una biografía sobre Pablo Picasso.


Lo cierto es que ellas, las cinco peores cantantes que escuché en mi vida, ignoraron a los otros 137 árboles del parque y se posaron alrededor del único tronco que me miraba de cerca.


Su concierto duró aproximadamente 10 minutos. Estoy seguro de que nunca tragaron saliva. Cuando finalmente no quedaba un solo pájaro que les pudiera pasar la receta del canto armonioso y concordante, ellas, que no superaban los 15 años, se dieron por vencidas.


La primera frase que oí de una de sus bocas me descolocó:


–Yo, en los campamentos del colegio, no puedo cagar.


Pensé nuevamente en la biografía sobre Picasso y en la palabra "telaraña". Comprendí que en ese juego entre el arácnido y su víctima yo tenía claramente el papel de mosca. Y atrapado en el hilo de su conversación, mis orejas volvieron a sintonizar:


–¿Sabés que yo tampoco? –contestó una.


Y otra, trastocada por la soltura con la que su amiga había hecho tal confesión, respondió:


–Sos un asco, Brenda.


Pronto al diálogo escatológico se le sumaron los estruendosos eructos de la misma Brenda, que no podía tomar más de dos tragos de gaseosa sin que su boca sonara como un tambor.


Así continuaron hasta que una de ellas pronunció la palabra "champagne". Esta palabra arribó a la asamblea acompañada de otras palabras:


–Boludas, no lo puedo creer. Le dije a mi mamá que para el cumpleaños del sábado comprara champagne extra dulce y compró solamente dulce. Es una tonta.


Por primera vez en los siglos de los siglos hicieron silencio. Se miraron como si la profesora de Química las hubiera obligado a decir el número atómico del Telurio en la tabla periódica. Y al instante, comenzó la catarata de reproches: que cómo que había comprado ese champagne; que cuántas botellas eran; que si había Speed para acompañarlo; que Melanie no tomaba porque la madre no la dejaba; y que ojo, mucho cuidadito con Rocío, porque si tomaba cuatro vasos y no tres iba a pasar vergüenza con Nahuel, ése de la nariz gigante.


De narices gigantes, de abdómenes perfectos y de celulitis imborrables siguieron debatiendo largo rato. En eso andaban cuando allá a lo lejos apareció el amor platónico de Brenda, la que no podía cagar en los campamentos. Los ojos de ella casi estallan de tanto que se agigantaron y sus amigas tuvieron una idea buenísima: ir corriendo a buscar al chico.


Brenda, al ver que dos de sus compinches salían disparadas hacia el lugar prohibido, regó de histeria a la tierra. Lloró a los gritos maldiciendo a las dos amigas que ya no lo eran tanto y les preguntó a las que se habían quedado con ella si estaba linda, si la ropa le combinaba, si el maquillaje se le había corrido, si las dos manchas de sus sandalias se notaban, y si estaba ubicada exactamente donde el 37° rayo de sol le iluminaba los hermosos ojos celestes.


Ésa, increíblemente, era la misma Brenda que eructaba sin parar.


Más por temores que por certezas le respondieron todo lo que deseaba escuchar. Minutos más tarde, las dos amigas que ya no lo eran tanto volvieron del viaje. Furiosa, Brenda las obligó a que contaran.


–Nada –minimizó una–, le preguntamos si va a ir al cumpleaños del sábado.


La otra, más observadora, fue tajante:


–Mejor que no vaya. No saben lo engrasado que tenía el pelo. Para mí que se baña con aceite.


Yo largué una carcajada sin querer, pero no me escucharon. A decir verdad, los gritos de Brenda taparon mi risa:


–¡A mí me gusta!¡Es hermoso! Pero tiene novia.


La más observadora de las que había ido a buscar al chico asintió con la cabeza y afirmó:


–Sí, está de novio. Yo le vi el celular.


–¿Qué tiene en el celular?


–A su novia, él la tiene agendada como NOVIA HERMOSA, así en mayúscula.


Brenda, que siempre había eructado a propósito, ahora eructó sin querer. La tierra regada con su propio llanto sintió el temblor. Yo sentí, en cambio, que un volcán estaba a punto de entrar en erupción. Miré a Picasso y volví a pensar en la palabra "telaraña". Esta vez, a diferencia de la primera, comprendí el mensaje: no hay nadie mejor que la mosca, nadie nadie, para escapar justo a tiempo.


Y me fui volando.

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