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El Fiasco

Santiago Capriata

Es enero de 1943 y en los bares The Players Club y Delmonico’s de Nueva York comienza a expandirse la noticia de que El Fiasco ha muerto.


La primera copa que rebota en el aire asegura que lo encontraron desvanecido en una habitación de hotel. La segunda, que en los últimos años ya no soportaba tocar pelo ni dar la mano y daba tres vueltas a la manzana antes de entrar a un edificio, cualquier edificio. La tercera, que El Fiasco era capaz de memorizar libros enteros, que requería de 18 servilletas para limpiar sus cubiertos y vasos a la hora de comer y que se imponía el régimen de mover los dedos de los pies cientos de veces antes de irse a dormir para estimular las células del cerebro.

Toda copa que se brinda en su homenaje en esos bares neoyorquinos que El Fiasco solía frecuentar transporta consigo una mano, una voz y una memoria. Como aquella que recuerda que El Fiasco, a los siete años, fue levantado de su cama en plena noche, llevado a un cuarto que no era el suyo y obligado a helarse: su madre lo hizo besar los labios fríos de su hermano muerto para despedirlo.


Esa era la época en la que El Fiasco había descubierto la magia mientras acariciaba a su gato, al que luego de tocarle la espalda le brotaron chispas, pequeños rayos de luz que luego empujaron a El Fiasco a interesarse por la electricidad y a pedirle a su padre, una década más tarde y enfermo de cólera, que lo dejara estudiar Ingeniería para recuperarse.


En el brindis que homenajea su juventud ahora va un susurro que aclara que allí, en la Escuela Politécnica Joanneun donde El Fiasco estudió Ingeniería, los profesores enviaban cartas a su casa para notificarles a sus padres que su hijo era una luz, pero que si seguía así "iba a morir por exceso de trabajo". Una mano, una voz, una memoria que escucha esta historia se acerca para rematar que sí, que fue así, y que en años posteriores El Fiasco trabajó incluso hasta 84 horas seguidas en su laboratorio.


En la copa en la que se traslada el éxito viaja el primer generador de corriente alterna diseñado por El Fiasco, quien para demostrar la efectividad de su invento se aplicó, en cierta ocasión, 250.000 voltios a sí mismo en una conferencia: "La gente salía corriendo, asustada. Así eran recibidos mis experimentos".


En el cristal en el que se trasluce un adversario aparece el nombre de Thomas Edison, padre de la corriente continua y quien, lejos de aplaudir el éxito de El Fiasco en los tiempos en los que El Fiasco era El Mago y no El Fiasco, jugó sucio: la campaña de difamación de Edison incluyó electrocuciones públicas de gatos, perros y hasta elefantes para demostrarle al mundo que la corriente alterna era peligrosa e insegura.


En el brindis en el que se desplaza la caída, el éxito pasó de largo hace rato y El Fiasco firma así, con el sobrenombre de El Fiasco, en una carta que le escribe a unos amigos. Son los años en los que propone iluminar una parte del Desierto del Sahara para que los extraterrestres que le mandan señales desde el más allá comprueben que la Tierra está habitada por seres inteligentes.


En la copa más vieja flota una imagen: es julio de 1942 y El Fiasco, con 85 años, envía a un mensajero a entregarle 100 dólares a su amigo Mark Twain, pero para ese momento Twain será aire: llevará muerto más de 30 años.


En los meses siguientes a ese regalo atrasado, el personal del Hotel New Yorker les pedirá a sus inquilinos que se mantengan por lo menos a tres pies de distancia de ese hombre que se recluye en su habitación de hotel con palomas, decenas y decenas de palomas que comen de su mano.


Un día después de su fallecimiento, el 7 de enero de 1943, entre las necrológicas de los diarios se leerá que El Fiasco lleva el nombre de Nikola Tesla.


Sin él, hoy el mundo seguiría apagado: no habría radio, televisión, computadoras, rayos X, motores de inducción ni la luz artificial que ilumina las casas y las calles.


El último brindis que se alce en agradecimiento de El Fiasco en esos bares neoyorquinos revelará un secreto: dirá en voz bajita, murmurará apenas, que ese nene que descubrió la electricidad en la espalda de su gato una noche se metió en la biblioteca de su padre y leyó a escondidas. Y dirá también que cuando su padre lo vio, le apagó las velas y lo dejó a oscuras.


Entonces El Fiasco hizo eso que hasta allí nadie de su familia sabía: se ensució las manos con grasa, moldeó otra vela...y prendió la luz.

3 Comments


Guest
Jan 08, 2022

Gracias Santi, por acercarnos las biografías de esta manera. Un placer leerte. 😁

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Guest
Jan 07, 2022

Gracias a El Fiasco y vos...por prendernos la luz con tus palabras.

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Guest
Jan 07, 2022

magnífico👏👏👏👏

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