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Y estoy ahí,
casi chocando contra ella,
apreciando el baile grácil
de las pestañas,
el rosado tímido
de las mejillas,
el serpenteo desprolijo
del pelo que cae a su espalda,
el lunar más ínfimo
que recién ahora,
en este instante,
percibo y lo describo como la mejor pincelada que colorea a su cara,
y de repente veo en el espejo de sus ojos color madera muelle a los míos,
mis ojos, que uno tiembla de frío duda,
y otro hierve de fuego coraje,
y sin embargo avanzan sigilosos por encima de su boca,
apagándose lentamente en una noche que será llorada y llovida,
o reída y estrellada.
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