El mendigo

Ya le dijeron que Marietta, su esposa, estaba loca.

Ya se enteró de que Bernardo, uno de sus hijos, nació con tanto pelo que algunos lo compararon con un cuervo negro.

Ya fue acusado de conspirar contra los Médicis, ya lo destituyeron de sus cargos públicos luego de trabajar 14 años para el Estado de Florencia, y ya fue encerrado en prisión.

Allí, en prisión, ya fue torturado seis veces, siempre con el mismo procedimiento: lo ataban a una cuerda y lo dejaban caer para dislocarle los hombros. Allí, en prisión, ya estuvo 22 días viendo "piojos que por el tamaño parecían mariposas".

Ya fue liberado, y también ya fue obligado a abandonar la ciudad.

Por eso ahora, a sus 43 años y en su residencia de San Casciano, mata el tiempo matando: recorre las colinas cazando tordos con sus propias manos. Después camina hasta la taberna más cercana y toma vino mientras juega a las cartas.

A la noche, cuando la oscuridad le ilumina la miseria con sus ropas manchadas de barro, repara en que nadie, absolutamente nadie, le echa el ojo. Y entonces se desviste la mugre, se coloca el único traje digno que tiene, y empieza a escribir.

Desesperado.

Desahuciado.

Cuatro horas escribe, todos los días.

Espera, sin resultado alguno, que el Estado florentino vuelva a emplearlo. Que alguien, quien sea, vuelva a emplearlo.

Meses más tarde analizará refugiarse en una comarca desierta para enseñarles a los niños a leer, haciéndoles creer a sus familiares que está muerto, porque se considera un problema.

Morirá, con más pena que gloria, a los 58 años.

Cinco años después de su fallecimiento se publicarán por primera vez aquellas páginas que desesperadas, desahuciadas, cuatro horas por día, pedían un poco de atención.

Las firmará un tal Nicolás Maquiavelo.

Y llevarán el nombre de "El Príncipe".