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Tenía menos de 10 años cuando dio su primer concierto público en Varsovia. La muerte, que en ese entonces perseguía a otra gente, lo escuchó a lo lejos y se obsesionó con él. Tuvieron que negociar: él viviría 30 años más, pero ella se la pasaría ahí, a unos metros apenas.
Durante ese tiempo, él sufrió insomnios. Y depresiones. Y ganglios.
Y sangrías. Y alucinaciones.
Y fiebres de todo tipo. Y hasta trastornos epilépticos. Cuando llegó la hora, el 17 de octubre de 1849, la muerte le preguntó si prefería tuberculosis o fibrosis quística.
Él no respondió.
En su velorio, ya muerto, le contestó. Y no paró más.
Porque su madre se llamaba Tekla. Porque él tocaba el piano como pocos. Y porque un buen día compuso la eterna y maravillosa Marcha Fúnebre.
Ya pasaron más de 150 años, y Frédéric Chopin todavía le contesta a la muerte. Le contesta en donde la muerte está, en su propia fiesta, en todas y cada una de las fiestas que celebra la muerte.
Los vivos, es cierto, lloran.
Pero los muertos lo siguen eligiendo a él.
Tremendamente genial...hermosísimo Santi!!!