Los ojos que dijeron mitades
- Santiago Capriata
- 15 sept 2023
- 2 Min. de lectura

Marco Polo no contaba números, contaba olas: durante su adolescencia no hubo día que no fuera al puerto de Venecia a esperar a Niccoló, su padre, que exploraba el desconocido Oriente junto a su hermano Maffeo.
Estuvo años observando el mar sin resultados, hasta que una tarde las aguas dejaron de ser saladas y tuvieron gustito a dulce.
En el primer abrazo, Marco Polo llenó de besos a su padre. En el segundo, lo llenó de preguntas. Niccoló contestó una por una y le reveló que Kublai Khan, nieto de Genghis Khan, lo había denominado "Embajador del Imperio mongol" durante el viaje. Él escuchó atentamente y quedó fascinado. Tanto, que dos años más tarde se embarcó en la nave de Niccoló y de Maffeo para comprobarlo.
A meses de cumplir los 18 años, Marco Polo partió hacia las tierras orientales. En aquellas latitudes permaneció más de dos décadas, se ganó la confianza del Gran Khan y descubrió que la Tierra estaba mojada de varios mundos:
Allí presenció batallas de elefantes,
retrocedió frente a ese monstruo satánico y de cuernos llamado rinoceronte,
conoció el petróleo, el jengibre, la pimienta y el carbón,
divagó ante el uso del papel moneda,
pescó truchas para bajar las fiebres,
sufrió los naufragios de los barcos y los robos de los piratas,
calculó los días a través del calendario solar,
aprendió del budismo y del hinduismo,
soportó las tormentas de arena en el desierto de Gobi
y confundió los nombres de los 27 hijos del emperador.
Cuando regresó a Venecia tuvo que mostrar las piedras preciosas para que le reconocieran la cara y le creyeran, a mitades, la historia.
Tres años después fue apresado por los genoveses en la Batalla de Curzola. Su celda fue la más escuchada de toda la ciudad: los presos y los no presos se agolpaban cerca de su ventana para oír a sus ojos hablar en voz alta.
En aquella prisión, esos ojos también hablaron en voz escrita. "El libro de las maravillas", obra que reúne sus experiencias en Oriente, nació en la oscuridad como todo lo que brilla: cuando las copias comenzaron a circular, sus contemporáneos lo trataron de mentiroso y de charlatán.
En su lecho de muerte, décadas más tarde, lo invitaron a confesar todos sus inventos. Marco Polo, cansado de tanta insistencia, por fin reveló: "No escribí ni la mitad de lo que vi".
Cientos de años tardó la humanidad en corroborar que los delirios eran ciertos. Cuando quisieron llenarle de flores la muerte se preguntaron en dónde estaba enterrado su cuerpo.
Nadie supo la respuesta.
Su tumba también se había ido de viaje.
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