Desde Glasgow, Escocia.
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En Glasgow, el sol nunca termina de calentar porque nunca termina de subir. Durante todo el día está ahí, a unos metros de los techos de las casas, como esperando un cricket.
La innumerable cantidad de fábricas hace que la ciudad parezca apoyada sobre una interminable fuente de agua termal. El vapor lo ponen las chimeneas.
La luna, en tanto, tiene un TOC con el tema de la puntualidad.
En Glasgow anochece a las 16 y la gente se va a dormir a las 18.
Recién al atardecer, el clima explica su temperamento frío. Todas las heladas que sufre nuestro cuerpo son culpa del cielo. Las nubes, volcanes explotados en silencio, reparten sus porciones de lava únicamente entre ellas. Ni un grado de calor dejan volar hacia abajo.
Los lunes a la mañana no hay cola en los bancos y la atención es personalizada.
Los colectivos no trasladan manchas de marcador indeleble, y salpican en los asientos entradas USB.
En los bares hay que acercarse a la barra para implorar, por favor, si no es demasiada molestia, un papel llamado servilleta.
Los bomberos van hacia el fuego con luces azules. Los taxis separan la parte delantera de la parte trasera por medio de una mampara de vidrio, como los patrulleros.
El tenis de Andy Murray y la música de Susan Boyle son mucho menos, muchísimo menos, que el inagotable merchandising de Star Wars.
Aquí en Glasgow, William Wallace lleva máscara: prácticamente no se le ve la cara por ningún lado.
La estatua del Duque de Wellington, héroe británico tras vencer a Napoleón en la batalla de Waterloo, día tras día viste un cono en la cabeza. Fueron un par de estudiantes chistosos los que impusieron la moda en la década del 80. El gobierno escocés gasta alrededor de 12 mil euros al año en la contratación de empleados públicos que se encargan de bajar al cono. Pero el cono, no obstante, siempre aparece: el Duque de Wellington ya se siente desnudo sin su sombrero.
La página 5 del diario "Metro Free" de hoy dice que un hombre llamado Christopher Whelan estranguló a su abuela y a su tía después de que el médico le recetara cannabis. Al médico, el asesino le echa la culpa.
En el barrio de Calton, a las afueras del Celtic Park, la esperanza de vida es similar a la de Etiopía. Según un estudio realizado por la Organización Mundial de la Salud en 2008, las personas que allí viven están destinadas a no superar la barrera de los 54 años. El desempleo, la depresión y las drogas se encargan de colocarle a la gente la fecha de vencimiento. A tan solo 15 cuadras del barrio de Calton está ubicada la tienda "The Whisky shop", donde una botella llamada Sirius puede pasar la línea de los 54 años sin mover un pelo. Precisamente por no mover un pelo, todavía nadie se atreve a ponerle fecha de vencimiento.
La botella, ni enterada de lo que ocurre con sus vecinos de Calton, hoy vale solamente 18 mil euros. Solamente, porque recién es una promesita del mercado...
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