Desde Bilbao, País Vasco.

La ciudad de Bilbao está subida a un vagón de montaña rusa. Los autos marchan por calles asimétricas que doblan y se redoblan invocando al mareo. Cuando el cemento invita a caminar, invita a subir y a bajar por una maravillosa escalera caracol.
El millón de habitantes que allí vive guarda su lenguaje en una caja fuerte: según afirman ellos, el euskera, su idioma, no proviene de ningún lado. La historia jura que buscó su partida de nacimiento y que no hubo caso. El euskera no se aprende, se copia.
Las cotorras del aire son las antiguas campanas de las iglesias. De una punta a la otra no paran de contarse secretos.
Los famosos pinchos, panes con el cuerpo apuñalado, desfilan constantemente por los bares y los estómagos.
El río Nervión atraviesa la ciudad a modo de homenaje. Los bilbaínos son de mucho carácter y de mucho nervio.
El museo Guggenheim, figura estelar del País Vasco, tiene envuelto en papel aluminio cada una de sus escamas.
Cuatro de cada cinco individuos son adultos, y tres de cada cuatro adultos son ancianos. Los locales están llenos de abuelas y abuelos que sacan a pasear las arrugas con correas de oro. Sus dorados collares todavía están viendo la manera de ahorcarse.
Los cartelitos que en las calles piden trabajo acusan tener 22 años. Son los jóvenes quienes se sientan a pedir "por favor" en la vereda con un curriculum pegado a la acera, por si hoy sí, en una de esas, alguien frena.
Pero nadie frena.
Las montañas rusas andan siempre a toda velocidad.
Unas ganas de conocer Bilbao.
Grande Santi, siempre me dejás pensando. 😊🤯
fabuloso